03 diciembre 2011

Antonio Mingote, marqués de Daroca

Antonio Mingote es un caso único en la Historia. Las marquesas y las más aguerridas mozas de la mesocracia que él ha dibujado le aman apasionadamente, y ahora él se convierte en cofrade del gremio. El título de marqués de Daroca se lo concede Su Majestad el Rey, como aparece hoy publicado en el Boletín Oficial del Estado, bajo la rúbrica del ministro de Justicia en funciones.

Los primeros recuerdos de Antonio Mingote empiezan a precisarse en Daroca, como relata a ABC (La Fuente de esta noticia, ver): «La montaña, el pinar, las murallas, el castillo... Yo quiero mucho a muchos sitios, pero quiero mucho a Daroca, y quiero mucho a Teruel, y quiero mucho a San Pedro de Alcántara. ¡Y quiero mucho a Calahorra donde no he estado en mi vida! También la quiero. ¿Por qué no?»

—¿Y el paisaje que veía desde su casa en la calle Mayor de Daroca?
—Frente al balcón de mi casa está la muralla; bueno la muralla. La palabra muralla es muy ampulosa. Es una tapia medieval hecha con cascotes y tal, bueno unos pedazos de piedra, otros de adobe... Y un castillo, eso sí; está el castillo de San Cristóbal, y la torre de San Cristóbal enfrente...

La memoria de Antonio Mingote es prodigiosa. Así, recuerda emocionado a su padre, que era un romántico, un darocense, nacido en Daroca, que «además contaba historias y se inventaba historias de unos leones y unas cosas, unos castillos y unos moros y unas cosas... Yo crecí en ese mundo mágico de una ciudad amurallada con un castillo, que no existe; no queda más que un muñón, como una muela careada ahí. Y una muralla que es una tapia, medio hundida en todas partes, reconstruida. Eso sí, lo que tiene son unas iglesias románicas preciosas, una Colegiata estupenda, fastuosa, un Altar Mayor que es como el de San Pedro del Vaticano, con unas columnas salomónicas, un órgano, que tocaba mi padre, y al que yo oí alguna vez darle al fuelle, porque ahora ya no hay que darle al fuelle. Entonces se le daba al fuelle».

«Siempre que veo un pino me trae a la memoria el paisaje y los pinares de Daroca. También mi primer colegio, el de los Escolapios en la Puerta Alta, con el escaso entusiasmo, le confieso, que siempre ha despertado en mí el trance de estudiar. En uno de los primeros días, al salir precipitadamente para volver corriendo a casa, doy con la cabeza cabeza en una piedra del quicio. Aquí está, ¡mire, mire! la pequeña cicatriz». Y miramos y admiramos al marqués de Daroca, que recuerda sin olvidos aquella infancia feliz, donde aprendió a formarse como la persona ejemplar que es.

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